Ya llegó mi nuevo libro: Historia en cuentos 2. Del Barroco a la actualidad.
Es la continuación de Historia en cuentos. De la Prehistoria al Renacimiento cerrando el círculo de toda la historia de la humanidad.
Son catorce relatos, mini novelas históricas, todas diferentes y siempre protagonizadas por niños, niñas o adolescentes. La narración aprovecha para mostrar los principales eventos históricos de la época, así como la cultura y el impacto que esta tenía en las poblaciones.
El libro está ilustrado con mapas específicos para cada relato y fotografías.
A la venta en Amazon en libro físico y en digital:
El Barroco
1. 1614. Roma, Estados pontificios.
Fin del Antiguo Régimen. Preludio a la Revolución Francesa.
1. 1760. Paris, Francia.
La Revolución industrial.
2. 1822 Shildon, Condado de Durham, Inglaterra.
Las revoluciones liberales. El nacionalismo.
3. 13 de marzo de 1848. Berlín, Prusia.
El Imperialismo.
4. 1914 Magadi, Kenia.
Revolución Rusa-I Guerra Mundial-Marxismo y Anarquismo.
5. 25 de octubre (juliano)-7 de noviembre (gregoriano). Petrogrado-San Petersburgo, Rusia.
I Guerra Mundial.
6. 11 de noviembre 1918 Bathelémont, Francia.
Crack del 29 y la Gran Depresión. 80
7. 24 de octubre de 1929. Jueves. Nueva York, EEUU.
Guerra Civil Española.
8. 15 de julio de 1936. Norte de Huesca, España.
Segunda Guerra Mundial.
9. 14 de mayo de 1940. Róterdam, Países Bajos.
Nacimiento de la Unión Europea.
10. 25 de marzo de 1957. Roma, Italia.
Guerra fría. La separación del mundo en bloque capitalista y bloque comunista.
11. 12 de agosto de 1961. Berlín, Alemania.
Derrumbe del bloque soviético. Unificación de Alemania.
12. 9 de noviembre de 1989. Berlín, Alemania.
La pandemia de la COVID-19
13. 24 de diciembre de 2021. Madrid, España.
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Aquí tenéis un relato completo
El Barroco.
1. 1614. Roma, Estados pontificios.
Gian Lorenzo
miraba el gran bloque de mármol y sintió que le temblaban las manos. A su lado
estaba su padre, mirándolo de reojo, con una mezcla de envidia y orgullo. Al
padre le hubiera gustado que le hicieran a él el encargo de la escultura, pero
el cardenal florentino Maffeo Barberini se había fijado en Gian Lorenzo. El
cardenal Barberini no era un cualquiera, todos decían que llegaría a Papa.
—¿Y bien?
—Preguntó el padre. —¿Sabes ya como quieres hacerlo?
—Sí, lo tengo
muy claro. —Contestó Gian Lorenzo.
En realidad,
no lo tenía tan claro, solo había respondido eso para aparentar seguridad.
El encargo
del cardenal era muy importante, quería una escultura de San Lorenzo y quería
que fuera algo innovador y sin embargo había apostado por un adolescente. Gian
Lorenzo también quería hacer algo diferente por lo que tenía que elegir bien
qué representar. La vida de San Lorenzo tenía varios momentos notables, como
cuando el corrupto alcalde de Roma le encargó que le entregara todos los bienes
de la Iglesia, y el santo los gastó entre los pobres y se presentó ante el
alcalde con una multitud de mendigos y le dijo “Estos son los bienes de la
Iglesia”. Desde luego San Lorenzo tenía sentido del humor, pero al alcalde no
le hizo gracia y mandó ejecutarlo quemándolo vivo en una parrilla. Ni aun así
el santo perdió su humor, pues cuando ya estaba medio muerto gritó a sus
captores “Dadme la vuelta que este lado ya está hecho”. Gian Lorenzo rio ante
la ocurrencia. El momento de la parrilla era uno de los que más se usaba para
representar a San Lorenzo y por eso mismo lo quiso desechar, pero se dio cuenta
de que no podía, era algo tan bueno que tenía que esculpirlo en piedra, pero lo
haría como nadie antes lo había hecho.
—¿Y cómo
será? —Volvió a preguntar Pietro, el padre de Gian Lorenzo.
—Será espectacular,
te lo aseguro padre. Será una escultura como nunca se ha visto otra.
El padre puso
la mano en el hombro de su hijo. El cariño de padre podía más que la envidia.
Ahora solo le preocupaba que el joven de pelo y ojos oscuros estuviera a la
altura de lo que se le pedía y de quien se lo pedía. La fortuna no solía llamar
dos veces a la casa de los pobres. Tenía que triunfar o no le volverían a
encargar nada importante.
—Te dejo
solo, tienes mucho trabajo —Le dijo Pietro.
Tras la
marcha de su padre sin embargo el joven no se sintió solo del todo. Sentía que
su San Lorenzo estaba con él, en alguna parte de aquella piedra y que le
gritaba que le hiciera salir. Por un momento incluso dudó de si esos gritos
eran reales y no solo producto de su imaginación.
Se acercó a
la piedra y la acarició, estaba fría y áspera. Él le daría vida.
En una
esquina del estudio había una vieja mesa de madera con unas hojas de papel
esparcidas. Se sentó a la mesa, cogió un carboncillo y a la luz del sol que
entraba por la ventana empezó a dibujar.
Pasaron horas
y horas y el joven Gian Lorenzo dibujaba una y otra vez un San Lorenzo
distinto. Lo imaginó con barba y sin barba, sonriendo como un bromista o
llorando como una víctima, plácido como un durmiente o torturado como un pecador.
Nada le servía, todos sus diseños le parecían inanimados, como simples muñecos.
—¡No! ¡No! y
¡No! —Gritaba cada vez que tiraba un dibujo al suelo.
Encendió unas
malolientes velas de sebo, para combatir la oscuridad y entre el tenue humo que
despedían, siguió dibujando.
Cada vez se
sentía menos seguro de ser capaz del encargo.
Las velas se
consumieron y quedó a oscuras. A tientas, salió del estudio para entrar en una
minúscula habituación dónde había dispuesto una pequeña cama con mantas
ásperas. Ese sería su único lugar de descanso. No quería comodidades ni nada
que lo distrajera.
Pasaron seis
días y un criado anunció una visita. Gian Lorenzo ordenó que no le dejara
entrar, pero el criado no se atrevió a cumplir su orden y en el estudio,
mientras el joven escultor tiraba otro papel arrugado al suelo, entró una
figura alta vestida como un comerciante romano cualquiera. Sin embargo, Gian
Lorenzo reconoció enseguida al hombre de barba blanca y ojos inteligentes y
ambiciosos; se trataba del cardenal Barberini en persona que se presentaba de
incognito.
—¿Cómo va mi
San Lorenzo? —Dijo el cardenal nada más entrar en el estudio.
El joven
escultor hizo una reverencia y se dio cuenta de que no se había cambiado de
ropa en una semana. El cardenal también se dio cuenta y sin disimulo se llevó
un pañuelo perfumado a la boca.
—Va muy bien,
su Eminencia Reverendísima. Estoy trabajando en los bocetos.
—¡Enséñamelos!
Gian Lorenzo
tragó saliva. Su último diseño estaba tirado en suelo.
—Pues bien,
mi….
—¿No tienes
nada?
El joven
escultor necesitaba ganar tiempo.
—Se lo que
quiero y se lo que no quiero. —Respondió.
—¿Y qué
quieres?
Gian Lorenzo
tragó saliva.
—Quiero un
San Lorenzo vivo.
¿—Qué quieres
decir con eso? —Preguntó intrigado el cardenal sin quitarse el pañuelo de la
nariz.
Al joven
escultor le brotaron entonces las palabras como un torrente:
—Pues… quiero
un San Lorenzo que sienta y solo las cosas vivas sienten. Las esculturas
clásicas romanas y griegas son bonitas, magníficas, me han inspirado siempre,
pero… están muertas. Son fríos trozos de mármol perfecto y representan dioses
que no sienten y por ello no hacen sentir. Yo quiero crear un San Lorenzo que
se retuerza en el fuego, que muestre en su rostro el sufrimiento del martirio,
que los fieles al mirarlo sientan el olor de su carne al quemarse y lloren por
su dolor. No quiero que digan ¡qué bonita estatua!, quiero que les conmueva.
En ese mismo
instante, mientras decía esas palabras, a Gian Lorenzo se le presentó el diseño
definitivo de su estatua. Era como si hubiera estado toda la vida delante suya
y hubiera estado ciego para verla.
El cardenal
Barberini bajó por un momento el pañuelo perfumado y miró profundamente a los
ojos de Gian Lorenzo. Había elegido al joven napolitano porque había visto su
trabajo como ayudante de su padre y su destreza con el mármol era notable, pero
no esperaba nada más que una buena y bonita escultura. Lo que veía en sus ojos
sin embargo era algo diferente a lo que ofrecía un artesano. El chico le
hablaba justo del tipo de cosas que la Iglesia católica estaba buscando para
combatir el envite de la Reforma protestante.
—¿De verdad
te crees que puedes cambiar el arte? — Preguntó el cardenal de forma cauta.
La respuesta
del muchacho fue rotunda.
—¡Sí!
El cardenal
dio un vistazo al estudio de Gian Lorenzo. El gran bloque de mármol blanco
seguía en el centro. Si la piedra hubiera tenido cara estaba seguro de que le
estaría sonriendo de forma burlona.
—De acuerdo.
— Dijo finalmente el cardenal. —Sigue con tu trabajo, pero espero que cuando
vuelva tengas ya algo que me guste.
—No le
fallaré, su Eminencia Reverendísima.
Cuando el
cardenal disfrazado de comerciante salió de la casa, Gian Lorenzo corrió hacia
la mesa y agarró el último trozo de papel que le quedaba. Con rápidos trazos
dibujó la figura que le había venido a la mente.
El joven
escultor miró a la ventana, aún quedaba luz del día para comenzar y sus fuertes
manos le pedían golpear la piedra. Marcó los puntos principales de la figura en
el mármol y sin querer esperar ni un segundo, con un martillo de madera y un
afilado cincel de hierro, empezó a golpear.
Su vida había
cambiado definitivamente.
Gian Lorenzo
se encerró en sí mismo. Vivía, dormía y comía en el estudio. Siempre había sido
jovial y no le importaba recibir visitas de amigos, pero no les dejaba ver su
obra. Ni a ellos, ni a nadie. Cuando necesitara ayudantes para ir más rápido
con los detalles ya los llamaría, pero de momento quería estar a solas con su
San Lorenzo. Su propio padre se preocupó por la salud de su hijo, pero este le
tranquilizaba con sus palabras.
—Nunca he
estado más fuerte y nunca he estado más vivo. —Le decía.
La escultura
avanzaba con cada golpe y cada esquirla de piedra que saltaba y que hería la
cara del escultor. Tardó meses de actividad frenética y sus manos se cubrieron
de callos, pero avanzaba. Sentía que San Lorenzo le llamaba desde dentro de la
piedra y le pedía que lo sacara, que le ayudara a nacer para ver la luz del
día.
El cardenal
Barberini, para su sorpresa, no volvió a aparecer. Parecía que le había
olvidado. Quizá la vida de un cardenal en Roma estaba demasiado ocupada para
preocuparse de un joven escultor y su obra. Al fin de cuentas, Gian Lorenzo
solo era un escultor más de la multitud que había en ese momento trabajando en
la ciudad eterna.
Cuando Gian
Lorenzo rebajó la piedra hasta llegar a la profundidad en la que debía estar la
figura, casi se desmaya. Ante sí ya estaba San Lorenzo, aunque mudo. Tenía que
darle los detalles de la expresión y lijar el mármol hasta que tuviera la
textura de la carne. Solo en ese momento contrató a ayudantes para la tediosa
tarea de lijar mientras el hacía los detalles de las expresiones del rostro y
del cuerpo. Ese era el momento crucial, el momento en el que el mármol pasaría
de ser una piedra a una obra de arte o se convertiría en un muñeco grotesco.
El muchacho
sudó con cada línea de expresión, con cada arruga, con cada herida de San
Lorenzo. En ese momento sintió miedo y sus manos volvieron a temblar. ¿Y si no
conseguía esculpir lo que veía cuando cerraba los ojos? ¿Y si al final no era
tan buen escultor como se creía? Fallaría al cardenal, fallaría a su padre y se
fallaría a sí mismo. Ante él iba naciendo su San Lorenzo, golpe a golpe, día a
día y a cada instante se sentía más inseguro. ¿De verdad era capaz de mostrar
el rostro de alguien que está muriendo abrasado?
— Necesito un
espejo. - Se dijo a sí mismo en voz alta.
Gian Lorenzo
se lanzó a su habitación y cogió el pequeño espejo que usaba para peinarse cada
mañana. Lo puso al lado de la mesa con los bocetos, se quitó la camisa y cogió
una vela encendida.
—¡Por el
arte!
Acercó el
fuego de la vela hasta su brazo izquierdo y al instante el dolor golpeó su
cerebro como un martillo. Su cara se deformó en un grito y vio reflejado en el
espejo lo que quería reflejar. Apartó el fuego de su cuerpo y jadeando de dolor
dibujó la expresión de sufrimiento que había captado en su rostro. Ahora sí
sabía cuál fue la expresión de San Lorenzo durante el martirio.
Los últimos
detalles de la escultura los realizó en secreto. Ni siquiera permitió a sus
ayudantes que vieran finalizar su obra.
El día
convenido, su padre y el cardenal Maffeo Barberini acudieron a la presentación
de la obra en el taller del escultor. Gian Lorenzo se aseguró de darse un buen
baño y vestir sus mejores ropas. El cardenal no desmereció y acudió rodeado de
criados y con su traje y su capelo rojo, símbolos de su dignidad y poder. No
importaba si se era católico o no, el cardenal Barberini impresionaba y el
futuro del joven escultor estaba en sus manos. Todos los que los que había
acudido, lo sabían.
Cuando los
visitantes rodearon el bloque de mármol cubierto con una áspera lona gris, el
joven escultor, poco más que un niño, de un suave tirón, quitó la tela y reveló
la escultura.
La sala quedó
en silencio. Nadie había visto nunca algo parecido.
Ante ellos,
San Lorenzo aparecía tendido sobre una parrilla y las lenguas de fuego le
mordían la carne sin misericordia. Su rostro, con un rictus de dolor, se volvía
al cielo y en sus labios casi se podía ver como murmuraban una oración
pidiéndole a Dios que protegiera a la ciudad y al pueblo de Roma de las
injusticias y el pecado.
Uno de los
criados del cardenal comenzó a llorar y se arrodilló para rezar y el resto le
siguieron. El cardenal Barberini sonrió.
—Esta obra es magnífica, propia de un maestro.
— Dijo el cardenal.
Pietro, el
padre de Gian Lorenzo, estaba henchido de orgullo.
—¿Estás
contento de tu obra, hijo? —Preguntó el viejo escultor.
—Sí padre,
pero aun así…
—¿Aun así?
—Preguntó Barberini que estaba siempre atento.
—Aun así,
este solo es un comienzo. Todavía lo puedo hacer menor.
El cardenal
sonrió.
—Sí, estoy
seguro de que lo harás aún mejor. Serás inmortal y cambiarás la historia del
arte, Gian Lorenzo Bernini.
Castillo. F.; Historia en cuentos 2. Del Barroco a la Actualidad. pp 8-17.
Anterior:
Muy bueno el cuento. ahora voy a revisar al personaje histórico, pues me impactó.
ResponderEliminarMe alegro de que le gustara.
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